Desde mediados de la década de los ochenta una serie de prácticas cinematográficas, así como unos renovados posicionamientos teóricos habían alterado la faz de eso que se conocía como documental. El discurso del documental había entrado en la posmodernidad. En este monográfico hemos pretendido recoger algunas de las líneas principales de desarrollo teórico de lo que ocurrió a partir de aquel momento. Pero no sólo los académicos han reflexionado sobre estas nuevas prácticas. El punto y aparte que supuso ese momento, a partir del cual quizá es cada vez más complicado utilizar el término documental para englobar una serie de prácticas que evidentemente superan los límites de lo que tradicionalmente acoge este término, queda perfectamente reflejado en el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, los cineastas no sólo hacen sus películas, sino que también reflexionan sobre ellas. Si esa práctica había sido habitual durante en ciertos contextos (vanguardia soviética) lo cierto que es con los años se había ido perdiendo: práctica y teoría se habían disociado (evidentemente con honrosas excepciones como, por ejemplo, Jonas Mekas).